Mi Condena

La noche se acerca, lo puedo percibir, no sé si aún recuerdo la caricia cálida del sol en mi rostro o es sólo una necia obsesión por aferrarme a ese momento en el que aún tenía un alma, el palpitar de un corazón enamorado o la sensación efímera que provoca cada excitación en el cuerpo.

No sé si realmente existo, antes tenía una razón de ser, un principio y un fin, la consciencia de saber que esto terminaría y por lo cual tenía que hacer valer cada segundo de vida. Ahora sólo soy, sin saber exactamente qué, con un principio pero condenada a una eternidad sin alma y sin sentimientos, con el único instinto incontrolable de matar.

No lo puedo evitar, camino entre los mortales en este mundo de oscuridad, parecen maniquíes animados que deambulan sin sentido, un panorama grisáceo en movimiento, escucho sus pláticas como murmullos, los veo sonreír entre ellos sin poder entender porque lo hacen, son sólo gestos vacíos, reacciones hipócritas a algo que creen que existe, es tan patético que hasta quisiera sentir compasión por ellos en lugar de indiferencia.

Hasta que veo ese ligero resplandor, esa figura exquisita que se distingue entre todos, aunque carezco de sentidos puedo seguir su rastro, su esencia, su vitalidad. Y despierta en mí los únicos sentimientos que me fueron permitido conservar, la rabia y la desesperación.

Es entonces cuando comienza la rutina, nunca podría decirle cacería, sería compararnos con esos vulgares lobos, seres inferiores que sólo pueden usar su primitivo olfato para rastrear, rodean a su víctima entre la manada y atacan sin sentido con sus garras y colmillos hasta destazar a su indefensa presa, que forma más banal y burda de sobrevivir.

En cambio entre nosotros, ni siquiera soportamos vernos a los ojos, esa mirada vacía y sin sentido nos recuerda porque estamos aquí y cual fue nuestra condena, podremos conversar fingiendo que somos algo que hace mucho dejó de existir, intercambiar un ligero gesto de algo que ya no existe y seguir nuestro camino. 

No sólo distinguimos a nuestras víctimas en esta lúgubre charada que es la existencia, reconocemos a los entes celestiales, que se pasean vanagloriándose de su misión, cegando los ojos con su brillante aura y mirando por encima del hombro, como si fueran la gran cosa. Son los peores hipócritas, porque siendo emisores de la divinidad, son los que más pecan de soberbia y vanidad. 

Están también los entes demoníacos, esos seres retorcidos que cambian de forma a placer y destilan hambre de poder, de supremacía, sus ojos reflejan el alardeante sentimiento de lujuria cuando se mimetizan con un mortal, como si fuera la gran hazaña. Y no olvidemos a los entes flotantes, los que alguna vez tuvieron vida y una morada, tontos que al morir se aferraron a este mundo trivial, a esta dimensión inmunda de placeres falsos y muchos vagan sin saber que ya no pertenecen a este lugar, ni a ningún otro, que ya no son nada. 

Y así podríamos nombrar a todos los seres que ni los mortales imaginan que existen, que los acechan a cada momento, que viven en las sombras sedientos de su energía vital, de sus mentes y sus cuerpos. Nosotros en cambio, no podemos desear o anhelar, no tenemos una misión, un sentido de existencia, lo único que nos queda es este instinto rabioso por sentir tan sólo un momento el calor de la sangre, su tibia sensación, aunque eso no sucede así pero todos tenemos nuestros delirios, y el nuestro es volver a sentir un intento de vida, aunque lo tengamos negado.

No sé porque casi siempre las que resplandecen son mujeres, será por que su energía capaz de crear vida nos confunde y creemos ciegamente en que ellas podrán hacer el mismo milagro en nosotros, o porque su temperatura es ligeramente más elevada, o simplemente porque su aura es más perceptible a nuestro sentido casi ciego, pero casi siempre son figuras femeninas las que brillan.

Y comienzo a seguirla, sin preocuparme por el sigilo o por que descubra mis intensiones, no puede sentir la amenaza, cuando no se tienen sentimientos tampoco se pueden proyectar, y me conduce inocentemente hacia su morada, sin saber que el fin de su mundo está cerca, que esta disfrutando sus últimos minutos de vida. Para nosotros no hay puertas, muros o cerraduras que impidan nuestro cometido, no somos propiamente materia aunque así lo parezcamos y el poder de nuestra mente es inimaginable.

Entre las sombras como escondite, veo como se despoja de su ropa y se coloca esa prenda de seda, como quisiera tener tacto para volver a sentir la suavidad de la tela, o la tersura de la piel, la temperatura de la vida, pero eso ahora no importa, mientras cepilla su cabello la rabia comienza a surgir y apoderarse de mi, esa necesidad alterada de beber su sangre; es una sensación desesperada y morbosa por que, lo que muchos ignoran, es que al pasar el líquido por nuestra garganta nos invade una profunda sensación nauseabunda y desagradable que nos obliga a seguir succionando, desando cada vez más, como si supiéramos que al siguiente trago se calmará todo, pero no, es aún peor y el tormento se acaba cuando ya no hay más, cuando se abren los ojos sólo se puede ver el mismo cuerpo ahora escuálido y gris, el resplandor se fue, al igual que el brillo en la mirada, todo lo contrario, es tan fría como la que nosotros tenemos, es un ser despreciable que no pudo darnos tan sólo un segundo de esperanza o de sentir, un poco de calor, de lástima o de compasión. Se calma el instinto de rabia y regresa esa nada que reina en nuestro interior.

Regreso a las calles empedradas, a seguir contemplando a esos seres mortales vacíos, a los entes en su eterna lucha, a los condenados en su vago errar, y algo que no está bien. Generalmente no nos puede ver cuando no queremos ser vistos, como en este caso, pero ahí estás tú, a la mitad del camino, con tu mirada fija en mi, no tienes resplandor de una víctima revelada, tampoco eres un ente del bajo mundo o un ser celestial ¿Quién eres? Tu figura es varonil, casi puedo percibir un aroma excitante, con tu porte singular y seductor, pero la profundidad de tu mirada me desconcierta, me inquieta y me alerta, no puedo sentir así que estoy indefensa ante tu presencia.

Sé que eres mortal, pero no como los otros, tu alma ha sido torturada por los de tu clase pero también lograste sanarla y resguardarla de todo ser o ente que quisiera volver a tocarla, los seres celestiales y demoníacos no te perciben, las almas condenadas no notan que existes, pero ahí estamos mirándonos de frente, tú buscando un alma que ya no existe y yo buscando un recuerdo que me fue arrancado con crueldad.

El tiempo no se detiene y no perdona, hemos pasado horas así, perdidos en la incertidumbre, en un espacio en que sólo existimos tú y yo en un trance nunca antes presenciado, que aunque para nosotros haya sido tan sólo un segundo, mis ojos comienzan a cegarse con la presencia de los primeros indicadores del amanecer.
     
Como si comprendieras que eres mi verdugo y mi dueño, decides cerrar los ojos para romper esa cadena que me tiene prisionera a tu mirada, das media vuelta y me dejas partir a mi lúgubre morada subterránea. Al llegar contemplo los signos que distinguen mi frío mausoleo abandonado, alguna vez tuve un nombre ¿Será posible que alguna vez tus labios lo hayan pronunciado? Y cierro los ojos cayendo en esa fase desierta, sin sueños o pesadillas, sin consciencia o subconsciencia.

Al anochecer, despertaré en el mismo estado de muerte, sin sentido ni propósito, carente de expectativas más allá de saciar la sed de la rabia y desesperación, sin siquiera esperar un nuevo encuentro, sin tenerte en mi memoria, sin anhelar tu presencia ya que la ilusión y la esperanza nacen en el alma, y recordemos que nosotros no tenemos alma. 


Por Sykanda  



Comentarios

Entradas populares de este blog

Ser de la Oscuridad

La Puerta del Infierno

La Casa de la Tía Toña