La Puerta del Infierno

Era un día normal, como cualquier otro fui a trabajar, al salir tomé el transporte, escuchaba música y veía por la ventana el cotidiano vaivén de la gente en la calle.

Llegué cansada, con la mano me daba masaje en mi cuello tenso, recordando la ropa en el cesto que tenía que lavar y esperando relajarme un poco viendo algo en la televisión, pensando aún en los pendientes de la oficina, ajena a lo que estaba a punto de encontrar. Tal vez nos relajaríamos juntos viendo una película o haciendo algo un poco más íntimo, siempre dormía mejor después de uno de nuestros encuentros.

Al entrar noté que la puerta no tenía llave, algunas luces estaban encendidas, al acercarme a la habitación principal el desconcierto que sentía se transformó en miedo y después en terror, aquel asomo de un líquido viscoso rojo me dio entrada a la más cruel pesadilla. No sabía lo que estaba a punto de presenciar.

Tomé fuerzas de la nada, la negación e incredulidad me impulsaron a girar lentamente el picaporte de la puerta, y entré a la recámara, me detuve en frío, ahí en el suelo, brutalmente golpeado y mutilado, el cuerpo de mi amado yacía en el piso en un mar de sangre, aquel olor a muerte y sufrimiento se apoderaba de mis pensamientos, el mareo fue inmediato y la pérdida de conciencia instantánea.

Abrí los ojos confundida, sin saber a ciencia cierta qué había sucedido, todo estaba oscuro, las únicas luces que se filtraban por la ventana tenían una tonalidad azul y roja que se intercalaban haciendo todo más confuso, tenía la sensación de haber despertado de la pesadilla más trágica, esperando que mi último recuerdo fuera tan solo una alucinación, pero ahí estaba, la misma escena sangrienta y grotesca.

La puerta había quedado abierta, un vecino lo notó, al no encontrar respuesta al tocar el timbre decidió llamar a la policía, rápidamente la calle se llenó de luces características del lugar en el que ha ocurrido una tragedia, paramédicos revisándome y policías haciéndome preguntas, una bolsa negra, la autopsia, un funeral concurrido, filas de tumbas abrían paso a tu última morada, todo pasó tan automático, tan lento, tan confuso, que aún no sé si estoy soñando, viviendo una pesadilla interminable o simplemente el shock no me permite integrarme a la realidad.

Y ahí estoy, al pie de la tumba, viendo como baja el ataúd, sin asimilarlo aún, tomando un puño de tierra y aventándolo a una caja fría, lúgubre y sin vida, al igual que tu cuerpo.

Todas las noches despierto sobresaltada y me recuesto en el piso, donde se encontraba tu cuerpo, esperando sentir esa vaga conexión de tu espíritu, pero ya no está, sólo puedo percibir la frialdad del suelo y las lágrimas corriendo por mis mejillas.

Voy de compras, no necesito nada pero me distrae recorrer los estantes y veo algo que llama mi atención, "un juego de niños", en su caja de cartón esperando a los curiosos, la tan famosa tabla Ouija.

La coloco en el mismo lugar donde moriste, con algunas velas y comienzo a jugar, los primeros días no pasa nada, hasta que un día, cansada de esperar el mensaje, me levanto y veo como comienza a moverse sola.

Todos los días platico con quien creo que eres tú, no lo puedo contar a nadie, me tacharían de loca, nadie lo creería, pero es nuestro secreto de ultratumba, la esperanza macabra de mantenerte a mi lado.

Una tarde, mis amigos van a visitarme, tratan de alegrarme, de hacerme olvidar y entonces ven la Ouija, trato de levantarla pero es tarde, todos la han visto y les llama la atención, me cuestionan y trato de explicarles sobre nuestros encuentros diarios, todos me ven con ojos de incredulidad y lástima, pero les llama la atención y se ponen a jugar con ella, algunos haciendo comentarios burlones que me hacen sentir enojada.

Llega el momento en que no lo soporto y les pido respeto, todas las luces se apagan, las velas decorativas se prenden al unísono con un gran resplandor, la puerta de la habitación se cierra bruscamente, todos se ponen muy serios y el marcador comienza a moverse solo, rápida y frenéticamente, hasta señalar a Sofía, quien cae inconsciente al instante. Al acercarme empiezo a buscar su pulso, pero es en vano, ella está muerta. Al mismo tiempo, una vela de apaga.

Todos comenzamos a sentirnos nerviosos, no entendemos qué es lo que sucede, y de repente el marcador nuevamente comienza a moverse sin control, hasta que para y señalar a Esteban, quien incrédulo das dos pasos hacia atrás, voltea a verme pero sus ojos vuelven la vista atrás, sus manos y piernas se contorsionan, cae al piso en un extraño ataque de convulsiones, sus venas y arterias comienzan a marcarse por todo su cuerpo, por su boca comienza a salir una mezcla de sangre y espuma blanca, sus venas revientan y su cuerpo se empieza a amoratarse, la sangre fluye a brotes por la nariz, los lacrimales, la boca, las orejas, sus gemidos son estridentes, hasta que su cabeza da un tirón violento hacia atrás, escuchamos el crujir de su cuello y al instante todo su cuerpo se relaja. Una escena realmente dantesca, su cabeza hacia atrás, los ojos en blanco, sus extremidades completamente retorcidas, y ahí queda su cuerpo ensangrentado y sin vida. Una vela más se apagó.

Los que quedábamos tardamos en reaccionar y asimiliar lo que sucedía, tratamos de salimos corriendo, la puerta se encontraba cerrada aunque no tenía seguro, las ventanas se azotaban hasta quebrarse, pero los cristales en lugar de caer, salían disparados por toda la habitación, el aire era tan pesado que nos costaba trabajo respirar, algunos cristales nos hicieron cortes superficiales, todos intentamos cubrirnos, el único que no tuvo suerte fue Fernando, un cristal de gran tamaño salió disparado hacia él, al principio pensamos que no le había hecho daño, se quedó un segundo mirándonos, volteó su cabeza hacia arriba y ese movimiento fue suficiente para descubrir el daño, la sangre comenzó a salir a borbotones por la herida que casi había cortado su cabeza, escuchábamos los gorgoreos de la sangre que en lugar de salir entraba a sus pulmones, comenzó a sacudirse pero no tardó mucho en caer y morir desangrado. Una vez más, una vela se apagó. 

Nuestra reacción fue instantánea, los que quedábamos volteamos rápidamente la mirada hacia la tabla, en espera de que nuevamente el indicador de la muerte eligiera a su siguiente víctima. Presa del terror, Rodrigo corrió hasta la ventana en un intento por salir de la habitación, se detuvo bruscamente, como si algo lo hubiera paralizado, en ese instante escuchamos un trueno y la habitación se iluminó con un extraño resplandor azul, volteó hacia nosotros y nos señaló, sus ojos se encontraban completamente negros, su voz había cambiado de tono, estridentemente dijo: Soy Abaddon, la destrucción misma, el ángel de la muerte y su peor pesadilla, hoy todos conocerán el abismo en mis manos.

No lo podía creer, todo me daba vueltas, pude escuchar los gritos de miles de voces atormentadas en mi cabeza, sentí la amargura más intensa en mi corazón, me ahogaba el sentimiento de desdicha en la garganta, sentía como la sangre ardiente me quemaba las entrañas. 

No recuerdo muchos detalles de lo que sucedió después, sólo recuerdo que media habitación ya estaba en llamas y que no soportaba los gritos de terror que me atormentaban, confundida volteaba hacia todos lados, no distinguía los cuerpos de mis amigos de las sombras dantescas que me acechaban, hasta que mis ojos se posaron en la tabla y la tomé, quemaba mis manos como si fuera hierro candente, la tiraba hacia el fuego y veía como rebotaba como si fuera un imán rechazando a otro. Le rocié alcohol encima y le prendí fuego, al principio no encendía, la llamarada se extinguía, ya no soportaba el humo intenso que había en la habitación, pero seguí intentando, hasta la cuarta ocasión que la flama tomó cuerpo y comenzó a quemarla.

Mis oídos reventaban ante los electrizantes alaridos que salían de ella, sentía como unas garras me destrozaban por dentro, tenía tanta presión en mi cabeza que suplicaba que explotara para aliviar el dolor, el aire era tan pesado y olía tan mal, sobre el olor a quemado y a muerte reinaba un fuerte olor a azufre. 

Sentí que había llegado al límite, fuertes descargas recorrían mi cuerpo, me arrastraba como perro rabioso en el piso, sentía como cientos de uñas arañaban mi piel, mis intestinos se retorcían por dentro, mis pulmones se habían cansado de respirar humo y tenía una fuerte sensación de asfixia, sentía la garganta quemada, no podía ver nada claramente, mis ojos estaban desbordantes de sangre y lágrimas, mi boca estaba completamente seca y con un fuerte sabor amargo, sentía que me habían hundido en el infierno más aterrador y doloroso, pensando que ese sufrimiento duraría toda la eternidad, hasta que mis ojos se posaron en la única vela que quedaba y que aún estaba encendida, vi claramente como se encontraba con un halo invisible que la protegía de la destrucción, una mano se posó en mi hombro, trayéndome toda la paz y tranquilidad que necesitaba en un solo instante.

Por leves segundos pude respirar sintiendo como mis pulmones se llenaba de aire puro y limpio, el dolor desapareció en segundos, mi cuerpo se relajó, todos los sonidos estridentes pararon, pensé que mi tortura había terminado, había alcanzado la muerte y lo confirmé cuando vi tu rostro frente al mío, tan apacible, tranquilo, mágico, sentí una tibia caricia en mi mejilla y el ligero roce de tus labios en los míos, cerré los ojos y caí en una profunda oscuridad.

Los bomberos no tardaron en llegar y apagar el fuego que se había propagado, sacaron todos los cuerpos casi calcinados de la habitación, en el mismo lugar de tu muerte, se encontraba mi cuerpo lacerado, quemado e inerte. Entre los escombros, se encontraba tan sólo una esquina que, por el grabado que tenía, se podía identificar a la maldita ouija. En el reporte forense quedó asentado que un ritual se había salido de control provocando la muerte de 6 de las 7 personas que ahí nos encontrábamos. Fue un escándalo mediático que duró mucho tiempo.    

Los meses que llevo en el psiquiátrico no han sido tan malos. Las pesadillas aún continúan, aunque ya son menos frecuentes. Las cicatrices de mi rostro y las quemaduras de mi cuerpo casi han desaparecido. Los investigadores aún vienen a preguntarme qué ocurrió esa noche, si éramos parte de una secta satánica o sólo fue un juego que se salió de control, aún no entienden como es que sobreviví o si fui yo la que ocasionó todo. Mi psiquiatra tiene teorías mas divertida, entre ellas, piensa que en algún lugar de mi mente, habita un ser que pudo ocasionar todos los homicidios, sin que yo tuviera conocimiento de esa existencia, o simplemente que soy una asesina que se salvó de la cadena perpetua con el alegato de estar desquiciada.  

Ya han pasado muchos años y en ocasiones me dejan salir a pasear, voy al cementerio a visitar tu tumba y me recuesto sobre ella, recordado aquel último beso. Trato de evitar pasar por las ruinas calcinadas de nuestra vieja casa. Desde ese día nadie ha querido comprar el terreno, se dice maldito y siempre tiene velas, flores y altares con figuras sacras.

Lo que aún no puedo evitar son las crisis nerviosas e histéricas que padezco cuando paso por los estantes de las jugueterías y siento la maquiavélica energía y atracción que me provocan las cajas de ouijas.

Se dice que es un juguete inofensivo, otros creen que es una conexión a un mundo espiritual, pero sólo los que hemos vivido una experiencia cercana sabemos que es la misma puerta del Infierno, la entrada al más aterrador inframundo.

Por Sykanda




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