Nuestra Naturaleza

Cuando me enamoré de él no creí que el amor se pudiera convertir en terror, tal vez en odio sí, pero en terror jamás, sus palabras eran tan ciertas, fuertes pero con un dejo de ternura disfrazada, su olor era tan varonil que hechizaba y ese semblante que hacia que me quedaba abstracta al observarlo.

Sus palabras entraban directo a mi cerebro produciendo un somnífero que me hipnotizaba, su mirada impactante hacía que no pudiera dejar de verlo, ¿cómo no sentir atracción y miedo a la vez ante su presencia?

En algún punto sé que llegué a tocar su corazón, pero no lo suficiente para evitar que su mente desquiciada continuara con sus planes, que la maldad se apoderara de él, que sus instintos saliera a una feroz cacería para saciar el ansia que habitaba en su interior.

Me condujo a una casa gótica, lo que pareciera el viejo castillo de alguna película de cine oscuro, me sorprendí, quedé encantada con la majestuosidad oculta en la residencia de piedra gris.

Después de una exquisita cena acompañada por una interesante plática, tuvimos un maravilloso encuentro, que no quiero olvidar, más lo que pasó después desearía no recordarlo, no haberlo vivido nunca.

Me quedé dormida acurrucada en sus brazos, sobre aquella alfombra, al calor de la chimenea, pero al despertar no comprendía lo que pasaba, al quererme incorporar de la incómoda tabla en la que me encontraba no  podía, los gruesos grilletes en las muñecas y los talones me lo impidieron.

El sótano frío, semioscuro, era un lugar infernal, mi temor aumentó al ver a varias chicas, maltratadas, golpeadas, con ojos llorosos y suplicantes, todas a mi alrededor, amarradas a sillas o a los pilares.

Me fijé en cada una, mi terror aumentó al darme cuenta que casi todas ya estaban muertas, que la expresión de clamor había quedado petrificada en su rostro, se notaba el gran sufrimiento que habían padecido.

Entro en la fría habitación, su rostro era diferente, macabro, con una seriedad aterrante, sus ojos encendidos, sus pasos seguros y desafiantes. Se acercó a mí, me dio un frío beso y me dijo: esta es mi naturaleza, lo siento querida. Con una pequeña navaja cortó uno de mis dedos y puso una copa que llenaría con el goteo mi sangre.

Tomó a una chica, cortó sus amarras con un cuchillo y rápidamente le dio un golpe certero que la desmayó para poder acostarla en una plancha de quirófano, a la cual la amarró, siempre frío y calculador.

Seleccionó un cuchillo con el que empezó a hacer cortes en la piel de la chica, ella se despertó, pero no podía hacer nada, tenía en la boca una mordaza que le impedía articular palabra alguna, apenas se escuchaban dolorosos gemidos de su garganta.

Ríos de sangre escurrían por la plancha hacia una cubeta, tenía unos frascos que vertía en las heridas, se alcanzaba a percibir un desagradable olor ácido. Sin más, tomó el cuchillo más grande y comenzó a cortarla, agarrando las venas, arterias y músculos arrancándolos de un tajo.

La chica quedó inconciente, o tal vez ya muerta, pero el continuó, abrió todo el tórax, comenzó a sacar todo órgano a su paso, corazón, estómago, intestinos, vísceras, todo lo que encontraba, pero no reflejaba una sola emoción en su rostro. 

No podía hacer más, soltó lo que quedaba del cuerpo sangriento y lo metió en una bolsa de plástico negra, con una manguera limpió la plancha a la perfección, después tomó la cubeta de sangre y se la echó encima, su semblante se volvió tranquilo, como si el líquido rojo y viscoso lo purificara, como si la furia se calmara y la paz volviera a su interior.

Colocó formol en un trozo de tela, se dirigió a mi, tomo la copa con la mano libre, absorbió su olor como un experto catador y tomó toda la sangre de un solo, me miró fijamente a los ojos, volvió a darme un frío beso. Paralizada de terror, solo pude sentir un fuerte mareo y después la oscuridad.

Al despertar estaba recostada en el acotamiento de una carretera, totalmente confundida, esperé unos segundos para que mis pensamientos se centraran, recordé todo, hasta el más mínimo detalle, traté de incorporarme, pero sentí algo en mi pecho, una extraña sensación.

Al mirar, sobre mi lado izquierdo tenía un hermoso tatuaje tribal de un unicornio, el más bello que nunca había visto, aunque un poco hinchando por estar recién hecho, no podía dejar de admirarlo. 

Un carro en el que venía una familia se ofreció a llevarme, les pedí que me dejaran en una estación de policía. Conté todo lo que había visto, así que nos dirigimos a la casa. Al entrar, estaba como yo la recordaba, semioscura, fría pero con ese toque que podía enamorar a cualquiera.

El sótano estaba vacío, no había nadie más, ni siquiera la plancha, los instrumentos, las sillas, nadie en los pilares, estaba completamente vacío. Los policías no encontraron huella alguna, ni rastro de que alguien la hubiera habitado recientemente, me sentía tan confundida.

Todo fue en vano, al salir yo giré mi cabeza para dar un último vistazo al lugar donde había vivido la peor pesadilla de mi vida. En la entrada, con su forma orgullosa y varonil, estaba él, entre sombras, no podía decir nada, sabía que al voltear ya no estaría ahí, le dirigí una despedida en mi mente y continué tras los oficiales.

Pero dos cuestionamientos atormentan mi cabeza, ¿por qué no hizo lo mismo conmigo? Y acaso ¿lo volveré a ver? Aunque mi razonamiento suplica por que no sea así, mi corazón arde de pasión y late intempestivamente de sólo pensar en un próximo encuentro, no hay más, así es nuestra naturaleza.

Por Sykanda

Dedicado a mi caballero de las sombras. Para ese extraño que, sin conocerme, pudo leer mi mente, acariciar mis sentimientos, entrar a mis pensamientos y robarme el corazón


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