La Casa de los Sustos

La naturaleza humana dicta que pongamos a prueba nuestros sentidos, que elevemos la adrenalina al máximo y busquemos formas de experimentar nuevas y profundas sensaciones. 

En la búsqueda de esas experiencias fue como viví una historia inverosímil, que con el paso del tiempo trascenderá con diferentes matices. Sin embargo, conservará la esencia de sus inicios. 

Remontando los recuerdos a mi adolescencia, hace varios años atrás, unos apasionados al terror y a las emociones extremas compraron una casona abandonada, muy grande y de estilo colonial, con la idea de hacer una verdadera casa de sustos.

Esa sombría casa era muy famosa en los alrededores y entre los buscadores de leyendas, ya que se creía embrujada. 

Tenía un verdadero aire espectral, nunca le pegaban los rayos del sol, su fachada de piedra gris producía escalofríos, era un ambiente muy propicio para los amantes del terror.

La casa fue la sensación, los comentarios de quienes salían eran muy alentadores. Ante tal estímulo y satisfacciendo las necesidades de la curiosidad, una tarde nos aventuramos al espeluznante mundo del terror.

Como era de esperarse la casa era impresionante por dentro, con pisos de madera vieja que rechinaba al pisarla, paredes desgastadas con cenefas en lo alto, ventanas llenas de polvo y cortinas de terciopelo rojo raído, el olor a viejo daba un toque exquisito y la frialdad de aquel lugar producía una sensación natural de miedo.

Para cada cuarto había una temática diferente, una perfecta ambientación, actores perfectamente detallados y entrenados para acelerar el ritmo cardíaco, iluminación muy escasa basada en velas y luz muy tenue. Entrabas en grupo, se supone que cada cuarto tenía un guía que te explicaba la historia y desaparecía para dar paso a los actores que siempre lograban que salieramos corriendo al otro cuarto.

Nos tomamos de las manos para no perdernos y en una de las corretizas entramos a un cuarto muy lúgubre. En el centro, un hombre viejo, con aspecto cansado y voz ronca nos recibió, nos advirtió que viviríamos una experiencia que nunca olvidaríamos, abrió otra puerta y nos invitó a pasar.

La puerta conducía a unas escaleras de caracol, seguramente de servicio, que llevaban directamente al sótano de la casa. Al llegar, el hombre nos indicó que nos relataría su propia historia, el sótano estaba lleno de muebles y cosas viejas apiladas dejando un pequeño pasillo por el que caminaríamos. Había telarañas por todos lados, sábanas rotas, en verdad era muy escalofriante y solo teníamos dos velas para guiarnos.

Llegamos a un espacio donde se encontraba una niña en el suelo, con palidez mortal, el maquillaje era increíble, esas ojeras y el color azulado de sus labios, se podía notar perfectamente las marcas negras en su pequeño cuello, excelente actriz, proyectaba una seriedad de piedra y sus ojos no desviaban la mirada hacia otro lado que no fueran los nuestros.

El hombre nos contó que era su hija, su princesa, la alegría en su vida, pero esas voces, esos demonios lo obligaron a ir con ella, la calidez corporal y la fragilidad de su cuello era tan tentador, inevitable y su delicioso gesto de incredulidad, de terror.

Seguimos caminando. En otro espacio, encontramos un viejo tocador de madera, en el taburete una figura delgada, pálida, cepillando su áspero cabello largo, el escote en la espalda dejaba ver heridas profundas, su camisón teñido de sangre seca, su cara desfigurada por los cortes, era algo impactante.

De nuevo hombre contó que ella era su esposa, la compañera que había jurado estar con él en las buenas y en las malas, la que lo había traicionado al no creer en esos seres que habitaban en él, la que no despertó para evitar que asesinara a su hija. Por ello, bajó a la cocina, tomó el cuchillo más filoso y le dio una muerte justa ante la traición a su juramento.

Al final del pasillo, cayendo casi encima de nosotros, contemplamos el cuerpo del hombre, colgado de una soga atada desde la tubería hasta su cuello dislocado, blandía suspendido, dando medios giros, era un excelente maniquí, un modelo idéntico, tan real y tan desesperante al mismo tiempo.

Continuamos a un descanso ahogado en oscuridad, el hombre salió delante de nosotros y nos indicó una puerta, con su voz escalofriante nos agradeció haber escuchado su historia y nos advirtió que existen fuerzas malignas que rondan en la oscuridad esperando tan sólo un descuido.

Salimos al costado de la casa, totalmente emocionados por la experiencia. Nos dirigimos a la entrada con la gente de staff para felicitarlos, pero nos sorprendimos al saber que nos buscaban, nos extrañó mucho. Les comentamos que el sótano nos había parecido sorprendente, se nos quedaron viendo muy raro. Nos explicaron que en el sótano se guardaba la utilería y los controles, ahí no había ninguna atracción. 

Sospechamos que esa actitud era parte del show, ante nuestra incredulidad nos condujeron a la casa y nos enseñaron que la puerta por donde entramos tenía un candado de seguridad. Insistimos en bajar al sótano, donde no había nada, ellos decían la verdad, lo que habíamos visto ya no estaba ¡Era imposible!

Durante los meses que estuvo abierta la atracción, se reportó el mismo incidente en varias ocasiones, hasta que fue clausurada tras la muerte por por estrés de una joven, que fue encontrada precisamente en el sótano.

Actualmente, la casa se encuentra abandonada. Alguien colocó en la entrada una vieja sección de periódico en la que el titular anuncia un trágico asesinato y suicidio. En el pórtico se alcanza a ver una vela encendida, aunque los vecinos ignoran quien la prende o la cambia cuando se consume.

Yo evito pasar por ahí. Si tengo que hacerlo, procuro mirar hacia otro lado, me invade el sentimiento y seguridad de que mi vista se posará en el lugar exacto donde la figura del hombre misterioso espera la llegada de algún visitante al cual contarle su historia. 

Por Sykanda.

NOTA: La casa que inspiró este relato se encuentra abandonada hasta la fecha. Se ubica en la calle Chihuahua, entre Orizaba y Jalapa, en la Colonia Roma, México D.F.

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