El Ocaso de un Asesino

Poco a poco comienzo a despertar, todo me da vueltas, mi vista siempre se torna borrosa, la habitación es tan pequeña, oscura, ese olor a químicos y miseria humana más que aliviar me marea más.

Siento mis muñecas cada vez más adoloridas, cada día aprietan más las amarras, como si eso me detuviera. Aunque lo quisiera, los sedantes limitan mi capacidad física y es tan grande el lugar, que no podría escapar.

En ocasiones los gritos de mis compañeros me vuelven loco, la ira entra de nuevo con una sensación afrodisíaca, la adrenalina fluye por mis venas y vuelvo a sentir las fuerzas renovadas.

No recuerdo la última vez que soñé con algo normal, siempre es el mismo sueño, la tibia sangre bañando mis manos, la sensación de hundir el cuchillo en la piel blanda, ese sentimiento único que sube por el mango del cuchillo, recorre mi brazo y penetra en mi cerebro con una sensación sublime.

Y la mirada siempre es la misma, incredulidad, terror, dolor, poco a poco se va esfumando la esperanza, puedo ver a través de sus ojos como la vida se extingue, la sensanción de poder, de omnipotencia siempre es un placer indescriptible.

Satíricamente, sus pequeñas e indefensas manos tratan de hacerme daño, que ternura, que ironía, que excitación, tener en mis manos la desición de acortar o alargar la muerte, poder disfrutar el dolor hasta el último momento, es un arte que pocos sabemos y podemos saborear.

Qué lástima que no tuve tiempo de descubrir que olor me gustaba más, si el de la sangre al brotar o al mezclarse con las hojas secas y la tierra húmeda, el bosque siempre fue mi refugio y testigo silencioso, mi protector inerte.

Se dice que los sedantes tranquilizan, entonces ¿por qué la cien de mi cabeza salta como si fuera a reventar? ó ¿será que la necesidad de asesinar me está desquiciando?

Si tan sólo tuviera una oportunidad, seguiría en mi placentero mundo, disfrutando la sensación de dificultad de la respiración en el cuello a través de mis manos, como fluye la corriente más lenta, cada vez pasa menos aire y, poco a poco, aparece de la nada el seductor color violeta en los labios.

Esa es mi debilidad, tener el control de la vida es como crear una obra de arte, hay que ser sutil, delicado, disfrutar cada pincelada roja que se crea en la tersa y blanca tez de sus pequeñas caritas.

No entiendo a los que asesinan sin sentido, locos depravados que enloquecen por las escenas grotescas y la deformación, la desgracia de los ignorantes, que aceleran los instintos dejando un crudo y ensangrentado cuerpo sin vida, sin arte, completamente vulgar.

Como quisiera llenar de vida ese uniforme blanco, vacío, triste. Ella es tan bella e insignificante al mismo tiempo, si me diera la oportunidad de convertirla en mi musa, si tan sólo pudiera acercarme una vez a ella sin estar atado. 

Sería en la culminación de mi existencia, mi obra adulta en la historia del artista, es tan angelical como las otras víctimas, 54 tiernas almas en total, ninguno más inocente que el otro. Y ella proyecta la misma sensación, vitalidad, alegría, ingenuidad, inocencia, es tan pura... tan irresistible.

Y no somos tan diferentes, en nuestros encuentros veo fíjamente sus ojos, puedo entrar en su alma y percibir la indiferencia ante el dolor humano, cuando desliza sin miramientos el filo de la aguja en mi brazo. 

Si tan sólo pudiera tener su cuello entre mis manos, si se me permitiera tomar un bisturí y resaltar esos ojos azules, dar un toque ruborizado a su blanca piel, dejar que una corriente rojiza fluyera matizando su cuerpo.

Si tan sólo pudiera soñar con eso, si pudiera inducirme a ese momento, aunque no fuera real, por un momento me transportaría liberando nuevamente el instinto, sería un placer indescriptible, un bienestar inigualable.

Mañana será mi día y mi hora habrá llegado, se prenderá una luz verde cada 30 segundos y los líquidos comenzarán a entrar en mis venas.

Si tan sólo tuvieran imaginación, pasión, inteligencia, creatividad, que forma tan degradante de morir, tan gris, sin sentimientos, sin dolor, rápido y mecánico, nada trascendental, mucho menos artístico.

Lo único que me queda es esta noche, la última remembranza, mi último asesinato en el mundo de la irrealidad. 

Sin embargo, mi conciencia queda tranquila, por que mi obra ha quedado inmortalizada, aunque pasen los años, todos hablarán de ella. El terror seguirá en sus incrédulos ojos al leerlo, el sentimiento de horror se dibujará al escucharlo, mi leyenda seguirá viva en cada alma atormentada con mi obra de arte.

Es el único placer que me acompañará hasta mi insípida muerte y será más que suficiente para soportar la desgracia de perecer sin sentir, por última vez, la pasión de la vida infantil, de la inocencia más pura que se apaga entre mis manos.

Por Sykanda


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